Sol-om-on
Astro Rey



En el inicio de los tiempos, vírgenes y remotos, cuando el ser humano vulnerable aún lo tenia todo por descubrir, y corría desnudo entre mamuts, libélulas y dientes de sable, solo las llamas del Sol ofrecían claridad sobre las cosas, las rocas costeras y montañosas, las llanuras, los animales, las aguas dulces y saladas, los caminos escrutados e inescrutables, los bosques...

Única fuente de luz. Linterna del cielo.


Y los fotones de ese Dios Sol se posaban sobre los peligros salvajes, avistando depredadores y presas, y también sobre las oportunidades materiales, en las piedras que se hicieron arma y herramienta y la madera de los arboles que dio lugar a refugios, más tarde, llamados hogar. Permitiendo ver las ventajas y las amenazas del mundo que les rodeaba con mayor claridad y así conocerlas mejor. Agudizando, perfeccionando.

Esa luz era la principal diferencia entre abrazar un entorno o que el mismo te estrangulara.

Y en la oscuridad nocturna creada por la ausencia del astro, una lamparilla de noche hermosa, espejo reflectante del Sol, que cada semana atenuaba su luz por fases, era el único medio que daba ligera visibilidad y podía resguardar algo de la confianza en los pasos a dar en frondosos bosques y espesas selvas repletas de bestias sedientas siempre obedientes a sus instintos.
Siendo baja la intensidad lumínica ante los peligros, y en la necesidad del descanso de cuerpos exhaustos por la actividad diaria, la noche fue comprendida como sueño, y entraban en un espacio onírico, que al cerrar los ojos y desactivar la mente consciente, generaba imágenes extrañas a partir de lo observado a través de la luz del día, como símbolos que expresaban algo difícil de comprender.




Así, la oscuridad se hizo igual a miedo y alerta, y la luz se hizo igual a seguridad y exploración.

Y pasaron los siglos y los milenios, y en el transcurso de los mismos los cerebros formaban relaciones de ideas sobre la realidad, a partir del trasteo y la práctica, que luego trasladaban a sus descendientes y, que estos, repulían.

Y se hizo la luz por segunda vez. En una pequeña muestra de las llamas longevas y kilométricas del Sol, tal vez sobre un árbol o un arbusto. Y el humano aprendió a generar ese fuego, a dominarlo, a hacer uso de una fuerza natural que desbocada era destructiva pero controlada resultaba calorífica y lumínica.




La fría noche se volvió menos temerosa, la cocción alimenticia eliminaba bacterias y virus que deterioraban la salud del organismo, la forja permitió nuevas y mejores creaciones, herramientas, fortificaciones... y los primeros en tener el dominio sobre el elemento tal vez terminaron siendo reyes, sacerdotes.

Pues el poder es tener la única llama en medio del frío y la oscuridad.




Y los tiempos seguían imparables, guerras, imperios, invenciones, religiones, ciencias... e imbuidos en una rutina cada vez más alejada de la supervivencia y fascinados por el avance, el humano olvidó la importancia de la luz y del Sol, olvidó parte de su propia historia y a quien se debe.


Y se hizo la luz, por tercera vez. Pues las corrientes eléctricas, cuya veracidad solo era observada en relámpagos destellantes, podían conducirse a través de conductos materiales hasta irradiar en un fiambre contenido por el cristal.
Y la energía eléctrica propulso nuevas máquinas, complejas, que aceleraron los procesos de creación, el tiempo que algo tarda en hacerse se estrechó. Muebles, ropa, casas, vehículos... El dinero se dispuso en manos de otros, también el poder. Se hallaron aplicaciones para esa energía que mejoraron la vida física, alargandola.




La cuarta luz siempre fue la primera; aquella que genera el impulso inspirado en los hombres y mujeres que descubrieron el fuego, rompieron moldes, inventaron la rueda, nuevos métodos de cosecha, las corrientes eléctricas haciendo valer una lavadora, las filosofías desgranando la realidad, en los samurais refinando valores en la atrocidad de la muerte, los profundos alquimistas, laboriosos químicos, pioneros médicos, las madres que aman y amaron a sus hijos en una sociedad adversa a su genero y condición, los buenos cristianos, judíos, musulmanes, budistas... los padres que iban a la guerra por un sentido de responsabilidad, en los silencios y las palabras nobles de las buenas razones que no siempre están predispuestas a ser comprendidas.

En los corazones veraces de seres cuyos nombres se olvidaron y solo unos pocos se recuerdan.


El quinto elemento.


El Sol nos concedió la visibilidad, la claridad. Con sus rayos vimos y pudimos trabajar sobre aquello que nuestros ojos contemplaban. Con su servicio alcanzamos la visibilidad de lo existente en nuestro exterior, pero solo quienes siguieron sus propias iluminaciones, a partir de lo que veían, emergentes del interior, mejoraron la vida a su alrededor.



Como es arriba es abajo, como es adentro es afuera.

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