Aquel quien observa luz y oscuridad


Galopa entre el chasquido de las aguas del río y salpican gotas refrescantes sobre el espíritu de una rosa abierta, creando el rocío con el que el mundo amanece al hacerse la luz.
De espaldas, en un contraplano, una bomba atómica ilumina el cielo de la creación en una jugada perfecta de conjunción entre metáfora e ironía.
Un mundo en oposición, contemplado por un guerrero de mirada imperturbable, fija e inmóvil, penetrante, aterradora, imborrable, persuasiva, audaz y protectora mirando hacia el futuro.


De entre las realidades contrarias que coexisten bajo el mismo cielo, se adhiere la fe del guerrero. Un faro que, sin moverse de su posición, nos indica tierra firme.

Sus pasos son los que, a riendas de su fiel caballo, la nobleza, galopan entre el chasquido de las aguas.




Entonces, todo es verde y nuevo, devolviendo a las memorias sensibles una vieja sensación: Esperanza.

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